"ELLA NOS AYUDO A MEJORAR LA CALIDAD DE LOS PRODUCTOS, A HACERLOS MÁS BONITOS PARA QUE SE PUEDAN VENDER"
Por: Rafael Mayo

Cuenta Dina Domicó que desde los ocho años aprendió a tejer. Se animó porque desde muy niña veía a su tía y a su madre practicar el tradicional oficio. Dina pertenece a la comunidad Embera Katío del Alto Sinú, en el departamento de Córdoba. Es una mujer emprendedora y entusiasta, dispuesta a seguir trabajando por la conservación de sus tradiciones. Por eso integra la Asociación de Mujeres Artesanas Embera Katío del Alto Sinú -Eberaneka-, que comercializa productos hechos a mano.

Para los Embera Katío tejer es una tradición que las mujeres de su pueblo han heredado por varias generaciones. A través de los tejidos representan a los animales del bosque. A las águilas, las guacamayas, los peces, y otras especies típicas de la zona. En sus collares también están plasmados los colores, las formas de las flores, los paisajes, el entorno. De ahí que su trabajo haya ganado importancia en su comunidad.

Pero no siempre fue así. Durante años sus creaciones fueron poco valoradas por los miembros de su pueblo, aunque las mujeres siguieron elaborándolas para sus hijos. Hubo un tiempo en que las empezaron a vender en las calles de ciudades como Medellín y Bogotá. “Pero a la gente blanca es muy difícil entenderla y negociar con ella”, manifiesta Dina. Así, su trabajo también terminaba siendo menospreciado por “los de afuera”, como su comunidad suele llamar a los blancos y mestizos.

Wilson Domicó, responsable de organizar a este grupo de mujeres, cuenta que las organizaciones indígenas siempre habían dejado por fuera a la mujer. Que su voz nunca había sido escuchada. “En la cultura Embera la mujer ha sido de menor importancia. Pero cuando hay conflictos, hay violencia, la mujer es importante”, explica. Fue por ello que decidió organizarlas en una asociación para que las mujeres pudieran explorar una tradición que, aunque venida a menos, tenía un enorme potencial.

Así fue como nació Eberaneka, en el municipio de Tierralta -sur de Córdoba-, a unos 80 kilómetros de Montería. Traducido al castellano, Eberaneka significa “nuestra tradición”. Eso es precisamente lo que representan sus collares, sus blusas, sus cestería y la inmensa diversidad de accesorios elaborados en chaquiras. Su trabajo es su cultura, su vida, lo que ellas son. Y lo exponen, orgullosas, en las vitrinas de su tienda, una espaciosa casa ubicada en el municipio de Tierralta, que sirve de almacén y taller. El espacio donde todos los días las laboriosas damas se reúnen a tejer y a conversar sobre su vida y sus emprendimientos.

Fue a finales del 2014 que empezaron a organizarse formalmente. Redactaron los estatutos, se registraron y empezaron a gestionar proyectos. Necesitaban además capacitarse y en el camino se encontraron con el Programa Colombia Responde, de USAID, que les brindó la posibilidad de mejorar la presentación de sus productos.

Mónica Pacheco, diseñadora de modas cartagenera, fue la encargada de pulir el conocimiento de las mujeres artesanas. “Tienen una destreza inigualable. En su joyería nadie les gana”, dice vía telefónica. Durante más de tres meses Mónica las acompañó, les enseñó a jugar con los colores, a hacer contrastes, a tomar medidas, a manejar las máquinas, a pulir la confección. En síntesis, a lograr que sus productos tuvieran un gran impacto visual. “Fue una experiencia excelente, enriquecedora. Sorprende ver cómo esas personas viven de lo poco y son tan felices”, manifiesta. La comunidad también encontró en ella, más que una profesora, a una amiga, a una guía que las continúa acompañando desde la distancia.

“Ella nos ayudó a mejorar la calidad de los productos, a hacerlos más bonitos para que se puedan vender”, cuenta Wilson Domicó, quien se tituló como auxiliar de enfermería pero acumula una amplia experiencia en temas administrativos. La Asociación está conformada por 28 mujeres y cinco hombres, entre los que se encuentra Wilson, quien ejerce como su representante legal.

Cuando habla sobre la comercialización, Wilson deja notar su satisfacción porque el esfuerzo ha valido la pena. La participación de las Asociación en varias ferias demuestra que el producto gusta y las ventas han aumentado en los últimos meses. En sus tres años de existencia han hecho parte de varias ruedas de negocios y han logrado acuerdos comerciales con varias empresas, entre ellas un hotel de Montería y un reconocido almacén de cadena. “La gente dice que los productos son muy lindos, que quieren nuestras artesanías porque son elaboradas a mano. Que qué inteligencia nos ha dado Dios”, manifiesta Ángela Bailarín, una de las fundadoras de la Asociación.

Sin duda, esta ha sido una gran posibilidad para las integrantes de Eberaneka, quienes han tenido la oportunidad de recibir un ingreso económico con el que mantienen a sus familias. El 90 por ciento del valor del producto es para ellas y el porcentaje restante se invierte en gastos administrativos. “Ellas sienten que su trabajo es bien recompensado. Es un trabajo honesto”, complementa Wilson.

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Moda Embera

Uno de los momentos más emocionantes para las mujeres de la Asociación fue la noche del 3 de marzo del 2016. Ese día se realizó en Montería el lanzamiento de una de sus líneas de accesorios llamada “Egoró Ambá”, que en lengua Embera significa “territorio unido”. Durante el evento varias mujeres indígenas lucieron los accesorios elaborados por ellas mismas, mientras los más de 100 invitados aplaudían al unísono.

“Fue algo grandioso, una maravilla. ¡Un desfile de modas Embera!”, recuerda con emoción Wilson. Y complementa:

—Las mujeres sintieron por primera vez que estaban siendo reconocidas.

Ahora todo el catálogo de los productos de la Asociación puede ser conocido en detalle a través del sitio web www.eberaneka.co y en redes sociales como Facebook y Twitter.

Estas plataformas le han permitido a la organización dar a conocer su trabajo al mundo, lo que les ha abierto la posibilidad de recibir pedidos desde distintos puntos del país. “Nosotros pensábamos vender nuestro producto a la comunidad indígena, pero vimos que teníamos que comercializarlo afuera, a los nos indígenas. Y entendimos que si queremos ser sostenibles necesitamos productos de buena calidad, de buena presentación, y además divulgación”, explica Wilson.

Esa sostenibilidad es que la anhela Dina, para poder seguir llevando comida a sus hijos y a uno de sus hermanos, quienes dependen exclusivamente de su trabajo desde que su abuela y su madre murieron, a inicios del 2016.

—¿Cuáles son sus sueños, Dina?

— Que el conflicto se acabe porque aquí hay mucho huérfano, madre soltera y viuda de la guerra —dice. Y concluye:

—Y que podamos vivir de esto. Que este proyecto se crezca, que ojalá nunca se caiga.

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